sábado, 26 de junio de 2010

Cuando había decidido luchar ahora por la vida que se le escapaba, con el cuerpo adormilado y amoratado por la falta de aire, sintió como él le iba despojando de la única prenda que llevaba puesta, el cosquilleo en su cuerpo se hizo mas intenso y las ganas por vivir le regresaron de golpe, con todas sus fuerzas se quitó el peso que le tapaba la cara, pudo por fin respirar y al tiempo que tomaba una gran bocanada de aire, él la embestía con ferocidad. El grito entre dolor y satisfacción retumbó en los oídos de ambos, las sonrisas compaginaron como pocas cosas, él estaba bailando dentro de ella, haciéndole el amor con una furia que jamás había experimentado pero con la sonrisa más bella que jamás había visto. La escena era hermosa, el ser más bello del mundo, por lo menos del pequeño mundo de la niña, estaba penetrándola como lo hacía en cada uno de sus sueños.


Mientras ella enterraba las uñas en la espalda de aquél hombre, él se enterraba entre la cama y el cuello. Parecía que la furia desaparecía y ella quiso verle el rostro, quiso ver cada gesto de aquél tipo que tanto idolatraba, ¿cómo lucía mientras le hacía el amor?
Lo tomó del cabello para forzarlo a tener la cara frente a la de ella, y lo que vio le sorprendió al grado de sentirse culpable.
La mirada ya no era la de antes, del hombre experimentado, perfecto e inalcanzable, ahora sus enormes ojos cafés parecían estar sufriendo, la miraba diferente, como si en realidad la quisiera, como si en realidad sintiera lo mismo que ella sentía por él, quiso llorar, pero en vez de llorar, gemía, le gustaban esos ojos, esa mirada por la que ella daría su vida sin pensarlo, esa mirada por la que había llorado tantas noches.
Y perdida en esos ojos, y en la perfección de aquél cuerpo sobre el suyo, sintió como todo se desvanecía, abrió los ojos, y no encontró más que la ridícula soledad de su habitación.

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